Detrás de la línea de árboles que dibuja nuestro camino hacia el corazón de la selva, el rumor del viento, las hojas, los troncos de caoba –el árbol nacional del país–, las alas y las patas apunta a los misterios escondidos bajo el insondable verde que se extiende por kilómetros a la redonda. Sí, aquí hay animales –serpientes, monos araña, una inquietante cantidad de insectos, más de 400 especies de aves y, como todos los habitantes de la región se apuran a anunciar, pumas y jaguares– pero la Selva Maya, que cubre más de 15 mil hectáreas a través de México, Guatemala y Belice, también esconde siglos de recuerdos que esperan ser descubiertos con la paciencia propia de los lugares que se han perdido en la naturaleza.
“Sólo en esta área se han identificado más de 36 mil estructuras”, nos asegura Eric Manzanero, nuestro guía y quien todavía regresa a estos caminos como si los estuviera descubriendo por primera vez. Y, de cierta manera, así es. “Durante el apogeo de la cultura maya, hasta 120 mil personas vivieron en esta ciudad”, asegura sobre la metrópolis que permanece enterrada bajo esta selva. Nos dirigimos a la entrada de la cueva Actun Tunichil Muknal (ATM) que se extiende a lo largo de cinco kilómetros de oscuridad, ríos subterráneos y cavernas monumentales. En su interior, nos espera la memoria de una civilización milenaria que ha sabido hacer del entorno natural un registro vivo de su pasado.
VERDE MAYA
La cronología de la ciudad maya que se levanta sobre nosotros fluye en contracorriente al río helado en el que estamos sumergidos: proveniente de las secciones más profundas de la cueva, el agua, que desde hace 80 millones de años ha tallado sus cavernas, cuenta la historia de la ciudad que floreció en torno a este caudal y que decayó cuando las raíces de las ceibas, que conectan a los cielos con el inframundo, lo dejaron de nutrir. Hoy, adentrarse en la cueva –a ratos, caminando con el agua hasta la cintura; en otros, trepando rocas– es rastrear la laberíntica historia de la comunidad y la sequía que, eventualmente, la haría desaparecer: de los altares y restos de vasijas de barro que, cerca de la entrada de la cueva, dan testimonio de las ofrendas que los mayas llevaron a los dioses cuando el torrente era abundante, hasta los restos humanos que, un kilómetro adentro, recuerdan los sacrificios que tuvieron realizar para paliar la ira de los dioses mientras el terreno se seguía secando, andar el camino de la cueva es asistir a la narración desesperada de un pueblo que luchó por su sobrevivencia.
TURQUESA CARIBE
Apenas han pasado 10 minutos de vuelo cuando la pequeña avioneta que despegó del Aeropuerto Internacional, en la Ciudad de Belice, comienza su aterrizaje en Caye Caulker, la pequeña isla caribeña que nos da la bienvenida a la otra cara de Belice. En el extremo oriental del país, en donde el manto selvático retrocede ante una deslumbrante postal de aguas turquesas y arenas blancas, y las leyendas mayas han sido reemplazadas por historias de piratas, los días se suceden entre paseos en bote, avistamientos de delfines, nadando con tiburones o caminando sus luminosas calles, transitadas, únicamente, por bicicletas y carritos de golf. Favorita entre los backpackers que hacen base en sus hostales y hoteles boutique para explorar las maravillas naturales de la región, como el Gran Agujero Azul que se encuentra a dos horas en bote desde la isla, Caye Caulker sintetiza en apenas ocho kilómetros de paraíso lo que hace tan grande a esta pequeña nación al sureste de México: una personalidad tan irresistible y diversa como los ecosistemas que la atraviesan.
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