Hace siete décadas, el 27 de septiembre de 1955, la capital de Quintana Roo vivió el episodio más devastador de su historia: el paso del huracán Janet. Con vientos superiores a los 280 kilómetros por hora y una marejada ciclónica que penetró cientos de metros tierra adentro, el fenómeno natural destruyó casi por completo la ciudad, dejando cientos de muertos y miles de damnificados.
En su libro Janet, Francisco Bautista Pérez narra que el ciclón se formó en el Caribe oriental y, en pocos días, ya había cobrado cerca de 200 vidas antes de llegar a Chetumal. Incluso desapareció un avión cazahuracanes de la Marina estadounidense con once tripulantes, incluidos dos periodistas canadienses.
Al mediodía del 27 de septiembre, el cielo comenzó a oscurecerse sobre la joven ciudad fundada en 1898, sin que los habitantes imaginaran la magnitud del desastre que estaba por ocurrir, para la media tarde, comercios, talleres y oficinas empezaron a preparar puertas y ventanas, con tablones para reforzar. Muchas familias buscaron refugio en sitios emblemáticos como el Hotel Los Cocos, la escuela Belisario Domínguez o el Hospital Morelos, además de casas de construcción sólida.
Para las 17 horas, la ciudad se tornó de un silencio que solo era interrumpido por las primeras ráfagas de viento; una bandada de pájaros irrumpió en la iglesia del Sagrado Corazón, en la calle Othón P. Blanco. El sacerdote interpretó aquel hecho inusual como un mal presagio.
Pasadas las 21 horas, los primeros vientos huracanados azotaban a la ciudad. Para ese momento, la prospera comunidad costera de Xcalak ya había desaparecido, la primera víctima de Janet en territorio mexicano. Los habitantes del primer cuadro de la ciudad aun no esperaban lo que se venía, pero por precaución, muchos emprendieron la huida a la zona alta, en busca de mejores refugios, entre la lluvia y el viento, grupos de habitantes y militares iniciaron el éxodo para alejarse lo más posible de la Bahía de Chetumal.
A la medianoche, el castigo del clima a la ciudad era evidente, casas de madera enfrentaban fortísimos vientos, las techumbres de lámina ya habían sido arrancados por las ráfagas convirtiéndose en proyectiles, decenas de viviendas, con sus habitantes dentro, se desplomaron por la caída de los árboles sobre ellas; era tarde para buscar un sitio mejor. Pero aún había gente en las calles, ayudando a sus familias y amigos, mientras avanzaban hacia “el cerro”, la parte alta de Chetumal, con un viento que les hacía caer y retroceder metros que con mucho pesar habían avanzado.
La estación de radio de la Compañía Mexicana de Aviación, situada en la torre de control del Aeropuerto Internacional de Chetumal, había estado enviando reportes a la ciudad de Mérida sobre el tiempo y los cambios que registraba el paso de los minutos a las 00:20 minutos del miércoles, el personal del servicio tomó el último reporte en el cual se consignaba que los vientos tenían una velocidad de 80 y 137 km/h aproximadamente. Cuando terminó de transmitirse el reporte desde la torre del aeropuerto, el viento debió incrementar su potencia.
El ilustre periodista Héctor Aguilar Carmín, con apenas nueve años de edad, relató:
“A las doce, con un estruendo bíblico, se desprendió la pared del frontis de la casa, que era toda de madera, con techo de dos aguas y un corredor con mecedoras. Nos refugiamos en el baño que era de cemento… Mi tía nos hizo cantar para disipar el hecho; temblando y húmedos, calados de miedo y frío, entonamos, absortos, cantos interminables”.
Durante hora y media Chetumal sufrió el embate de la naturaleza, de repente lo insólito pasó, en cuestión de minutos el cielo se aclaró; en un instante el viento que soplaba a su máxima potencia durante cuatro horas, se calmó, Janet daba tregua a la ciudad, un respiro a los chetumaleños… lo peor estaba por venir.
Tomó cosa de 15 minutos cuando el ojo del huracán cruzó, y la presión barométrica tuvo un cambio brusco, los vientos arreciaron en sentido contrario, y una marejada de cerca de tres metros de altura desbordó la Bahía de Chetumal y empujó las aguas hasta 400 metros tierra adentro, inundando calles completas como Carmen Ochoa de Merino y 22 de Enero, arrastrando casas y personas.
Producto de estos hechos es cuando se registraron escenas memorables como la de la llamada “Casa Voladora”. La residencia de la familia Bellos, ubicada sobre la Calzada Veracruz, fue arrancada de sus pilotes y arrastrada más de 300 metros por la fuerza del agua, hasta terminar intacta sobre la calle Othón P. Blanco. La vivienda aún se conserva y se puede visitar. Aunque lo que pocos saben es que fueron tres casas las que tuvieron una historia similar.
Otra de las historias que se cuentan, actualmente, es la del sargento segundo de Transmisiones, Cecilio Rangel Saucedo, murió en acto de servicio, mientras que el sargento Luis Arnoldo Rendiz Solís salvó a varias personas, aunque perdió la vida al ser decapitado por una lámina. Las cifras oficiales hablaron de 120 cuerpos recuperados, pero estimaciones posteriores elevaron la tragedia a más de 500 muertos en Chetumal y Xcalak.
De acuerdo con testimonios de la época, el 97 por ciento de las construcciones quedaron destruidas. Solo cuatro edificios resistieron los embates del ciclón. La ciudad sufrió pérdidas materiales incalculabes y cerca de 10 mil habitantes quedaron sin vivienda.
La comunicación con el resto del país quedó interrumpida. El primer intento de obtener noticias fue un avión Cessna que partió desde Mérida, pero se desplomó en la selva. Finalmente, la embarcación Caribe logró llegar a Chetumal y dar aviso: la ciudad estaba destruida.
Las calles céntricas quedaron cubiertas de escombros. En la avenida de los Héroes, postes, árboles y vehículos se mezclaban con restos de viviendas. En la Explanada de la Bandera, frente al Palacio de Gobierno, un tronco incrustado en el mástil ondeado se convirtió en muestra de la furia de los vientos. Décadas después, ese episodio fue inmortalizado en un monumento que hoy permanece en abandono por el Icaqroo.
La música también se convirtió en vehículo de memoria. Carlos Gómez Barrera compuso la canción Leyenda de Chetumal, en la que describió el dolor y la fuerza de la comunidad que se levantó entre ruinas. La arquitectura también cambió: las nuevas viviendas se construyeron en concreto, abandonando las frágiles casas de madera que el huracán había arrasado.
El huracán Janet destruyó a Chetumal, pero también la transformó. De aquella tragedia surgió una ciudad con espíritu de resistencia, marcada por la solidaridad y la conciencia de la vulnerabilidad ante la naturaleza.
Hoy, a 70 años de aquella “noche de las aguas turbulentas”, el recuerdo sigue vivo en las calles de la capital quintanarroense. Un recuerdo doloroso que es parte de la identidad cultural de Chetumal. La ciudad que el huracán borró del mapa en 1955 se levantó con más fuerza y convirtió la tragedia en ejemplo de resiliencia para las nuevas generaciones.