Un desastre puede modificar tendencias políticas. En buena medida eso ocurrió después de las explosiones ocurridas en la planta de gas de San Juanico, en noviembre de 1984, y del terremoto ocurrido casi un año después, en septiembre de 1985.
Estos dos hechos es seguro que incidieron en los procesos políticos que vinieron después y que tuvieron en las elecciones de 1988 lo que podría considerarse como el principio del fin del presidencialismo priísta.
Los desastres, sean naturales o de otra índole, siempre ponen a prueba a los gobiernos, un hecho que para el caso de México ganó relevancia política a partir de los mencionados desastres de los años 80 del siglo pasado.
Por ejemplo, la pésima forma como el entonces presidente de la República, Miguel de la Madrid, atendió sobre todo el desastre causado por los terremotos de 1985, dio pie al crecimiento de una oposición que al final terminó ganando el poder unos años después.
Es posible que antes de esos últimos 20 años del siglo XX, la atención de los desastres tenía cauces muy diferentes a los que operan ahora, debido al control autoritario que ejercieron los gobiernos priistas y las escasas posibilidades que había para la participación ciudadana.
Hoy, en este siglo XXI, junto con la participación ciudadana, que en muchos casos ha aflorado a partir de los desastres, como ocurrió con los terremotos de 1985 y 2017 en la Ciudad de México, existe un elemento adicional que incide en este fenómeno, que son las redes sociales, que traen consigo enormes flujos de información, tanto real o verdadera, como ficticia.
Esas son razones de peso que obligan a las autoridades a tener una buena gestión ante los desastres, sobre todo porque en el corto o mediano plazo puede tener repercusiones políticas, las cuales son notorias cuando son negativas o ni se notan, en caso de que se haya atendido bien la emergencia.
Hoy lo vive en carne propia el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum, que se afana en atender de la mejor forma a las comunidades afectadas en cinco estados del país por las recientes inundaciones que causaron severos daños y miles de damnificados.
Pero igual ocurrió en Quintana Roo, sobre todo después del paso del huracán Wilma, que por cierto en estos días cumple 20 años de haber destrozado Cancún y sus alrededores.
Con Wilma, en Cancún se registraron saqueos de tiendas, problemas por inseguridad y, en muchos casos, restablecimiento lento de servicios, sobre todo de electricidad.
¿Qué tanto influyó ese huracán en los cambios políticos que vinieron en los años siguientes en Quintana Roo? Quizá no lo sepamos, ni tampoco haya forma de medirlo, pero queda claro que un desastre natural o de otra índole puede cambiar los mapas políticos.